jueves, 7 de octubre de 2010

Dos historias, dos presupuestos. EL PRECIO DE LA COMODIDAD

Hervin Yeomans Wormald

Para quienes se movilizan hacia y desde el centro de Santiago, las posibilidades de transporte son considerables. Es el privilegio de pocos sectores de la capital en donde pasan 33 micros troncales del Transantiago, junto con la línea uno y cinco del metro. A esto se le suman, en menor medida, los vehículos colectivos de recorrido definido. Aún así, hay quienes tienen la suerte de movilizarse cómodamente en sus vehículos particulares. Eso sí deben asumir un costo mucho mayor que el de pagar la tarifa de la micro o el metro. Deben lidiar con el gasto de combustible, estacionamiento y mantención del automóvil.

Juan Carlos es ingeniero comercial y se desempeña como ejecutivo de un banco en el centro de Santiago. Él es uno de los centenares de personas que se movilizan hacia su trabajo en vehículo particular. Considera que es lo más cómodo para hacer su viaje desde Ñuñoa. “Tengo la oportunidad de realizar un viaje cómodo, a mi ritmo y sin estorbos. Si puedo pagar para moverme en auto, lo voy a hacer”, afirma.

No sólo destaca la ventaja de comodidad del vehículo, sino que también pone énfasis en el ahorro de tiempo que no le otorga una micro. Dice que “mi viaje sólo lo hago en 25 minutos, en micro ni hablar. En salir de mi casa, caminar al paradero, esperar la micro y hacer la fila para subir, es una pérdida de tiempo terrible”.

En lo que respecta a los gastos, cree que valen la pena y es claro al señalar que “por algo estudié, me merezco un transporte digno”. No especifica su sueldo, pero dice que le alcanza para vivir y movilizarse tranquilamente. “Arriendo un estacionamiento en un edificio en la calle Merced por $62.000 mensuales, en la semana gasto $15.000 en bencina y cada dos o tres meses, aproximadamente, envío el auto a la mantención. El costo de esta última es relativa, donde los precios de la automotora varían entre los $130.000 y $170.000”, cuenta.

De forma contrapuesta, la realidad de Juan Carlos es muy distinta a la de la señora María, quien es vendedora de una tienda al interior de la galería Edwards.

Ante su ajustado presupuesto, tiene que levantarse más temprano cada mañana y recurrir al paradero a tomar la sagrada micro 210, la cual la lleva desde su casa en Puente Alto hasta el centro. “Todos los días salgo de mi casa a las 7:15 para llegar bien a la pega”, cuenta.

Concibe que su única alternativa es el uso de la micro, ya que el metro la sofoca y le incomoda. No está en condiciones de poder pagar algo más. Está satisfecha del servicio, pero aún reconoce que tiene muchas falencias, entre ellas, la evasión y el descuido de las máquinas. “No puedo estar malagradecida de la micro, pero hay que decir que están muy mal cuidadas y mucha gente no paga su pasaje”, afirma.

No indica su sueldo, pero dice que “gasto en torno a los $5000 semanales sólo en la locomoción a mi trabajo. Mensualmente debo estar usando unos $35000 para moverme hacia todos lados”.

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