viernes, 22 de octubre de 2010

Dos comerciantes, una manifestación. LOS EFECTOS DE LA HUELGA DE FARMACIAS AHUMADA.

Hervin Yeomans Wormald

Es medio día y con un abrumador sol primaveral, dos comerciantes intercambian palabras en pleno Paseo Ahumada. Se trata de la señora Cristina Carrasco, quien tiene un puesto de golosinas, y de Jorge Leiva, el cual vende lentes, cinturones y gorros. Mientas hablan, ambos miran con reconcomio el bullicio de los trabajadores de la Farmacia Ahumada ubicada frente al Banco de Chile. Gracias a los 16 días de huelga del establecimiento, la ubicación y las ventas de los negociantes se han visto perjudicadas.

Cristina Carrasco tiene su puesto a unos 30 metros frente a la manifestación y es categórica al sostener que sus ventas han disminuido gracias a ella. “El ruido y los gritos hacen que la las personas se correteen y avancen lo más rápido posible por el sector. La gente ya no se detiene como antes a comprar”, afirma. Además agrega que “el escándalo no sólo molesta a los transeúntes sino que a nosotros mismos (comerciantes). Somos los únicos que estamos desde las once de la mañana hasta las ocho de la noche escuchando cornetas y gritos”.

Por su parte, Jorge Leiva tuvo que tomar la determinación de correr su puesto de trabajo unos 25 metros en dirección norte. “Antes estaba ubicado frente a la farmacia, habrán sido unos 5 metros de distancia que tenía de ella, ahora tuve que moverme para que mis ventas no se vinieran al suelo”, cuenta. Frente a la posibilidad de imponer una denuncia con seguridad ciudadana o carabineros por la constante bulla y la basura que queda en el lugar al finalizar la jornada, Leiva se resigna completamente. “La huelga de los trabajadores es legal, están en su derecho a manifestarse de la forma que ellos estimen conveniente para lograr sus objetivos”, afirma.

La gente con delantal blanco.

Varios letreros de papel craft adornan el exterior de una Farmacia Ahumada ubicada en el centro. Los carteles explican el por qué de la huelga del Sindicato N° 1 de trabajadores del establecimiento mencionado. Junto al local, en pleno Paseo Ahumada, un megáfono con una grabación, los silbatos, las palmas y los tarros con monedas de los manifestantes, agudizan el conflicto por el cual están luchando.

Margarita Aliaga, funcionaria del local, explica que “los empresarios se encargan sólo de acrecentar sus bolsillos inaugurando locales por todo el país, no se preocupan de mejorar las condiciones de sus trabajadores”. La mayor demanda que exigen los empleados es el aumento de las gratificaciones. “Nuestro sueldo base es de $25.000, a él se le agregan las comisiones por cantidad de productos vendidos. Sólo queremos un reajuste equitativo de esas comisiones”, cuenta Aliaga.

Al hablar de la manera en que se está llevando a cabo la huelga dice que “es la única forma de ejercer presión a los dueños. Si seguimos cumpliendo nuestros turnos de forma normal no va a suceder nada. Aunque a muchos nos despidan después de la manifestación, seguiremos firmes a las convicciones que estipula el sindicato”. Frente a las molestias que ha causado la huelga en los trabajadores del sector, Aliaga es enfática al definir la legalidad del conflicto. “El ruido y las cornetas es lo único que nos sirve para conseguir nuestro objetivo final, si a la gente le molesta, lo siento mucho. Además, nuestra manifestación está autorizada y no hemos recibido ningún llamado de atención de carabineros ni de la municipalidad”, dice.

jueves, 7 de octubre de 2010

Dos historias, dos presupuestos. EL PRECIO DE LA COMODIDAD

Hervin Yeomans Wormald

Para quienes se movilizan hacia y desde el centro de Santiago, las posibilidades de transporte son considerables. Es el privilegio de pocos sectores de la capital en donde pasan 33 micros troncales del Transantiago, junto con la línea uno y cinco del metro. A esto se le suman, en menor medida, los vehículos colectivos de recorrido definido. Aún así, hay quienes tienen la suerte de movilizarse cómodamente en sus vehículos particulares. Eso sí deben asumir un costo mucho mayor que el de pagar la tarifa de la micro o el metro. Deben lidiar con el gasto de combustible, estacionamiento y mantención del automóvil.

Juan Carlos es ingeniero comercial y se desempeña como ejecutivo de un banco en el centro de Santiago. Él es uno de los centenares de personas que se movilizan hacia su trabajo en vehículo particular. Considera que es lo más cómodo para hacer su viaje desde Ñuñoa. “Tengo la oportunidad de realizar un viaje cómodo, a mi ritmo y sin estorbos. Si puedo pagar para moverme en auto, lo voy a hacer”, afirma.

No sólo destaca la ventaja de comodidad del vehículo, sino que también pone énfasis en el ahorro de tiempo que no le otorga una micro. Dice que “mi viaje sólo lo hago en 25 minutos, en micro ni hablar. En salir de mi casa, caminar al paradero, esperar la micro y hacer la fila para subir, es una pérdida de tiempo terrible”.

En lo que respecta a los gastos, cree que valen la pena y es claro al señalar que “por algo estudié, me merezco un transporte digno”. No especifica su sueldo, pero dice que le alcanza para vivir y movilizarse tranquilamente. “Arriendo un estacionamiento en un edificio en la calle Merced por $62.000 mensuales, en la semana gasto $15.000 en bencina y cada dos o tres meses, aproximadamente, envío el auto a la mantención. El costo de esta última es relativa, donde los precios de la automotora varían entre los $130.000 y $170.000”, cuenta.

De forma contrapuesta, la realidad de Juan Carlos es muy distinta a la de la señora María, quien es vendedora de una tienda al interior de la galería Edwards.

Ante su ajustado presupuesto, tiene que levantarse más temprano cada mañana y recurrir al paradero a tomar la sagrada micro 210, la cual la lleva desde su casa en Puente Alto hasta el centro. “Todos los días salgo de mi casa a las 7:15 para llegar bien a la pega”, cuenta.

Concibe que su única alternativa es el uso de la micro, ya que el metro la sofoca y le incomoda. No está en condiciones de poder pagar algo más. Está satisfecha del servicio, pero aún reconoce que tiene muchas falencias, entre ellas, la evasión y el descuido de las máquinas. “No puedo estar malagradecida de la micro, pero hay que decir que están muy mal cuidadas y mucha gente no paga su pasaje”, afirma.

No indica su sueldo, pero dice que “gasto en torno a los $5000 semanales sólo en la locomoción a mi trabajo. Mensualmente debo estar usando unos $35000 para moverme hacia todos lados”.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Maritza, oficinista de la calle Morandé: “EL CENTRO DEFINITIVAMENTE ES EL MEJOR LUGAR”

Hervin Yeomans Wormald

La oficina es sobria. No se escapa de los elementos comunes. Los escritorios, los archivadores, la música de ambiente, los tazones con café y la típica luz fluorescente que, después de un rato molesta en los párpados, son parte de lugar. Aún así, el ambiente es distinto al tradicional de oficina. Todos están relajados conversando, tomando café y riéndose de alguna situación laboral.

En este ambiente se desenvuelve Maritza Pinedo (42), quien es ejecutiva de ventas en AFP Hábitat. Su horario libre, le permite estar en un espacio más agradable sin la presión constante de un jefe. Sin embargo, llegado fin de mes, debe cumplir ciertas metas de venta. Su libertad debe administrarla entre la familia, las visitas que hace a los clientes, y el ir al gimnasio cada mañana.

EL TRABAJO

¿En qué consiste su trabajo?

Llevo cuatro años realizando asesorías previsionales a cotizantes de AFP. Primero consigo los antecedentes del cliente, luego establezco el contacto telefónico y de ahí hago una visita en terreno.

¿Le gusta?
Sí, me encanta. Me gusta mucho el trato con las personas, el tener que relacionarme con los demás. De hecho, no sé si es suerte mía o un carisma, pero de todos los contactos que hago, cierro una venta con el 95% de los clientes. Eso es fantástico y hace que cada día me guste más lo que hago.

Al tener que cumplir metas… ¿Cómo amplía su red de contactos?

Este trabajo es una cadena. Los clientes particulares, por lo general, me recomiendan con sus contactos. Cuando voy a empresas las reuniones son colectivas. Se me hace fácil ampliar los eslabones de la cadena, ya que nuestra AFP ofrece las mejores condiciones de rentabilidad frente al mercado.

MORANDÉ 330

¿Cómo ve al barrio?

Como el lugar del comercio y las empresas. Para ambos rubros es el sector ideal. El que lleguen gran parte de las micros y que dos líneas del metro conecten el lugar, hacen que el centro sea estratégico.
Algo característico que considero, es la delincuencia. Gracias a Dios nunca me han asaltado, por ello no es algo que me preocupe. Creo que los transeúntes son los culpables de los robos al provocar al ladrón mostrando cosas de valor. Si el celular me suena en la calle yo simplemente no contesto.

¿Es el mejor lugar para hacer su trabajo? ¿Si no fuera el centro, qué barrio sería?
El centro definitivamente es el mejor lugar. Por mi rubro, es un buen sitio para hacer redes de contactos. En la mayoría de los casos, sólo tengo que caminar para llegar al sitio que me indica el cliente.
Si tuviera que elegir otro barrio, sería Providencia. También se ha consolidado como un centro de comercio y empresas, y lo mejor es que, al igual que el centro, tiene harta accesibilidad.

¿Cómo se siente en el barrio?
Excelente, ya que todo está a la mano, es ideal. El estar acá me da tiempo hacer muchas cosas. Visito a mis clientes, y si no puedo ir caminando, tengo mucha locomoción a disposición. Gracias a mi horario libre, puedo ir al gimnasio a media mañana y pasearme por las tiendas del lugar. Al terminar el día, paso al supermercado, compro pan y me voy tranquilamente a la casa.

domingo, 29 de agosto de 2010

CUATRO RÉPLICAS QUE AÚN NO CESAN

Hervin Yeomans Wormald

La señora tras la vitrina

Entre las numerosas calles, pasajes y galerías que rodean el centro de Santiago, se encuentra la reparadora El Griego, lugar donde la señora María Ramos, se desempeña como vendedora. Mientras hace unos cálculos en una hoja de cuaderno, cuenta que el terremoto lo vivió en su casa junto a su hija. “Me asusté mucho, pero lo que más me dio miedo, fue lo que mostraba la tele. Los saqueos me causaron pánico”, afirma.

Ingresa un cliente al local, detiene su mirada un momento en él, y dice que “después de eso (terremoto), mi vida no fue la misma”. Confiesa que hasta el día de hoy se siente muy insegura. El miedo a que alguien la asalte o ingresen a robar a su casa o al local, la deja perpleja. “Ando con mucha paranoia”, sostiene. A esto, se le suma la preocupación de su hija, ya que va al colegio, y ante un temblor, no sabe qué hacer con la imposibilidad de comunicarse con ella.

Ante otro terremoto, se vio en la obligación de tomar algunas precauciones. “Guardo en mi velador una linterna, un par de velas y fósforos”, afirma. Además, junta periódicamente agua en recipientes.
A pesar de todo, María, debe levantarse cada mañana y dejar a un lado sus temores. La necesidad de tener dinero, la obliga a poner su mejor rostro cada mañana detrás de la vitrina de su trabajo. Ella misma dice que “es mi culpa si llego o no llego con pan a la casa”.

El señor de los diarios y las golosinas

Desde su pequeño quiosco, ubicado en el paseo Estado, Héctor Vergara intenta atraer la atención de algún transeúnte con su inquietante mirada. Al parecer, le resulta. En breve, una persona compra Las Últimas Noticias y otra le pregunta por un Super 8.

Al hablar del terremoto, dice que lo único que se le viene a la cabeza, hasta el día de hoy, es la palabra: preocupación. Cada mañana debe estar sometido a lo que la rutina le exige: levantarse junto a su señora, dejar a sus hijos en el colegio e ir a vender sus diarios y dulces. Le corresponde la misión, junto a su esposa, de sustentar a la familia.

Le asusta no poder comunicarse altiro con su señora e hijos ante cualquier catástrofe, no puede hacer nada. Lo único que está a su disposición es quedarse en su pequeño negocio de dos metros cuadrados y comenzar a rezar. Ante esto es claro al señalar que: “no me queda otra que confiar en la operación D.E.Y.S.E. del colegio de mis hijos, en la astucia de mi mujer y en la voluntad de Dios”.
Otra cosa que preocupa a este hombre, es la enorme grieta que el terremoto dejó en su casa. “Puedo perder a mis hijos, señora y más encima mi casa, si es que llega a ocurrir otro cataclismo”, afirma. Para más, el seguro aún no responde por los daños en su inmueble.

Ante otro siniestro, Héctor, tomó las precauciones elementales que están a su disposición. Hasta la actualidad tiene en su pieza una linterna y una radio en un mueble cercano.

La muchacha de la cafetería

Al ingresar al café, Eveline, saluda a los clientes con un beso en cada mejilla, les da la bienvenida y comienza a hablarles de cualquier tema que los distraiga de la rutina. Con su ligera ropa, cuenta que el terremoto le afectó la rutina. Su hijo es su mayor preocupación, y tras el sismo y las réplicas, dejó de trabajar por varios días.

Confiesa que hasta el día de hoy tiene miedo. Un miedo que no puede aclarar, no sabe si es por su hijo, la debilidad de las edificaciones que frecuenta o que su casa se venga abajo. En su lugar de trabajo, dice que tomaron la precaución básica de mantener la calma y no salir del lugar frente a algún siniestro. Pero eso no la tranquiliza para nada. “En la réplica del cambio de mando, salimos corriendo con todas las chiquillas hacia la calle, ni nos acordamos de calmarnos”, afirma.

A Eveline, hoy en día, su pequeño hijo es quién le mueve los tobillos. Se ve en la necesidad de salir a su trabajo todos los días para poder mantenerlo, dice que: “la leche y los pañales no aparecen solos”. Todos los días sale de su casa sin precauciones. Sólo se consuela al no acordarse de que en cualquier momento puede pasar algo catastrófico.

La oficinista

Maritza Pinedo es oficinista de la calle Morandé 330. Trabaja en un segundo piso en una AFP. Luego del terremoto, su rutina diaria no sufrió mayores cambios. Muy segura y con una mirada penetrante, cuenta que su mayor temor era que su casa se viniera abajo, pero hasta el día de hoy se consuela pensando que “este terremoto ya no la botó, ya no se va a caer”.

Quien se vio mucho más afectada por el sismo fue la menor de sus dos hijas. “Hasta ahora duerme con mi esposo y yo en nuestra cama, le ha costado estar sola en su pieza”, afirma.

En la oficina, dice que se elaboró un plan de evacuación ante otra catástrofe. “Las instrucciones son el mantener la calma y descender al primer piso en fila lo antes posible, ya que en el segundo piso estamos llenos de repisas con archivadores”, señala. Aún así cree que estas medidas no tienen mucha prosperidad, ya que “para la réplica del once de marzo todos gritaron y corrieron, incluso, una colega hasta se desmayó”. No concibe la idea de autocontrol de sus colegas ante un siniestro.
Cruza sus piernas en la silla, frota sus manos y cuenta que en el sector en donde vive, las relaciones con sus vecinos se volvieron mucho más cercanas. “Antes sólo nos saludábamos, ahora conversamos y nos colaboramos mutuamente. De hecho, los primeros días después del terremoto, me facilitaron electricidad para la casa”, señala.

Como madre de hogar, dice que es responsabilidad de ella asumir medidas básicas de precaución, por ello, todas las noches revisa que la linterna y radio que tiene en su velador funcionen, además de poseer las llaves de la casa siempre a la mano.

jueves, 19 de agosto de 2010

ELLOS HACEN EL BARRIO

Hervin Yeomans Wormald

Comerciantes, lustradores de zapatos, quiosqueros, mendigos, oficinistas, aseadores, jóvenes de las tribus urbanas y el millón de transeúntes que utilizan las calles del centro de Santiago, son quienes le dan la vitalidad al barrio día a día.

El Paseo Ahumada, Huérfanos y las calles aledañas, están en una ubicación geográfica que permite la fácil convergencia de la diversidad de las clases sociales. Esto hace que el barrio esté hecho para todos quienes los concurren. Hay bancos, oficinas y comercio a disposición para todos los bolsillos de las personas. Encontramos desde grandes centros comerciales concesionados hasta pequeños puestos de ambulantes que ofrecen tan sólo un cortauñas.

Bajo esta línea, hay quienes viven y hacen el centro, pero que lo critican, les da miedo o simplemente no les gusta. En general, esas personas están todo el día por disposiciones laborales, por la obligación de cumplir. Por otro lado, hay quienes le agrada el lugar y lo frecuentan porque están sus amigos y el comercio ofrece sus intereses.

Camila, es comerciante ambulante del sector por más de diez años. Considera que el barrio es malo, inseguro y con calles oscuras. No le gusta trabajar en el sitio, las condiciones a las que se ve sometida son difíciles, durante el verano es un calor sofocante y en el invierno son las lluvias y el frío, eso no lo considera sano para un buen estilo de vida. Aún así, cree que si no es el centro, no podría desempeñar su trabajo en ningún otro lado. Se ve en la obligación de vender sus guantes, pantys, bufandas y calcetines. “Acá está todo, es un muy buen lugar comercial”, afirmó.

Miguel, desempeña el mismo trabajo que Camila, vende accesorios por temporada. A diferencia de ella, a él si le gusta estar en el centro. Ve a diario que está lleno de actividades y se considera seguidor del arte callejero que está al lugar. A pesar de esto, es crítico al decir que hay mucha delincuencia, lo que hace un tanto inseguro su estadía. Por razones de vida, tuvo que terminar el cuarto medio e inmediatamente comenzar a colaborar en el negocio familiar. Lleva dos años trabajando en el lugar y está desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche.

Entre quienes viven el sector de manera positiva, está Catalina, una joven punk que frecuenta varias tardes de la semana el portal Eurocentro. Dice que el lugar lo considera seguro ya que ve harta vigilancia por los alrededores. Ella misma cuenta que el barrio está tranquilo entre las 13:00 y las 17:00 horas, después de eso todo se pone más agitado. La gente sale de sus trabajos y el portal (Eurocentro) se llena de gente con estilos extraños. Considera que es el mejor lugar para estar con sus amigos por la comodidad del acceso, todos pueden llegar. Es clara en decir que le agrada el centro, lo que le ofrece a sus amigos y ella, la deja satisfecha.

La señora Griselda, es dueña de una joyería dentro de la galería Edwards en el Paseo Huérfanos. Cree que el lugar es el mejor para vender su mercadería, no considera ningún otro lado para instalarse con su negocio, por ello lleva 23 años desempeñando el mismo rubro en el centro. Indica que el barrio le gusta sólo porque está todo a la mano, además, piensa que es un sector que agota emocionalmente. En la seguridad, revela que le es un tema indiferente. En su local nunca ha pasado nada, y señala que “un asalto o robo te puede ocurrir aquí o en cualquier parte de Santiago, uno es quien tiene que estar alerta y no andar mostrando cosas de valor”.